La agresividad tambien se ve en las personas sanas, provocando comportamientos impulsivos ante una situación que los lleva por la violencia.
Es un error pensar que la agresividad problemática se limita a las personas con trastornos psiquiátricos. Las personas sanas también tienen la capacidad de ejercer la violencia impulsiva, y el consiguiente comportamiento «moralmente» deficiente.
Tradicionalmente, el desarrollo moral ha sido facilitado por instituciones sociales como la religión, la educación y las convenciones sociales. Pero la tecnología podría cambiar esta situación. Si los científicos pudieran identificar los predictores de la agresividad reactiva, la biomedicina podría ofrecer formas de mejorar el comportamiento moral de los que tienen más riesgo de sufrir agresiones problemáticas.
Este concepto de «mejora moral» es muy discutido. Los bioéticos se preguntan: ¿pueden, y deben, utilizarse las intervenciones biomédicas para hacer que las personas sean «moralmente» mejores? Necesitamos mucha más investigación antes de poder sopesar la viabilidad práctica y ética de las técnicas de reducción de la agresividad. Pero la exploración en este ámbito ya está en marcha.
¿Qué es la «mejora moral»?
En términos generales, la mejora moral se refiere al uso de la biomedicina para mejorar el funcionamiento moral. Algunos de los métodos sugeridos son la disminución de los prejuicios, el aumento de la empatía, la mejora del autocontrol y la mejora de la inteligencia.
Aunque esto pueda parecer ciencia ficción, considere los otros tipos de mejora humana que ya existen.
Los transhumanistas están adquiriendo nuevos modos de percepción mediante sensores sísmicos, implantes neuronales y dispositivos de magnetorrecepción. Las drogas inteligentes se utilizan para obtener supuestos beneficios cognitivos, como la memoria y el estado de alerta, y las interfaces cerebro-ordenador están fusionando la mente y la máquina.
Por lo tanto, no es un gran salto imaginar que podríamos dirigirnos a los procesos biológicos que median nuestros comportamientos sociales.
Por supuesto, la mejora moral es controvertida, y los bioéticos no se ponen de acuerdo sobre su viabilidad y sus implicaciones éticas. ¿Podría funcionar? ¿Y en qué condiciones (si es que hay alguna) podría justificarse?
La agresión cotidiana
Los trastornos agresivos han sido tratados durante mucho tiempo por los médicos. Pero esto suele limitarse a los casos psiquiátricos, y sabemos que la agresión está más extendida de lo que reflejan las estadísticas clínicas y forenses.
Las investigaciones indican que sólo se denuncia la mitad de la violencia no mortal, y que alrededor del 72% de los casos no denunciados son agresiones que no causan lesiones graves. Pero el hecho de que la agresión quede fuera del ámbito clínico no significa que no sea moralmente problemática.
Las agresiones cotidianas se producen en entornos familiares
La violencia estalla en los deportes profesionales, los arrebatos de los padres en los partidos de los jóvenes no son infrecuentes; hemos visto varios ejemplos de madres y padres que han agredido físicamente a árbitros y jueces.
Estos ejemplos nos indican que la agresividad está presente en casi todos los ámbitos de la actividad humana. Sugieren que personas por lo demás sanas tienen la capacidad de perderse en la violencia episódica. Y quizás algunos de nosotros representamos un mayor peligro que otros, sin saberlo necesariamente.
Si podemos identificar los factores de riesgo de la agresión impulsiva, quizá podamos prevenir parte de este daño espontáneo antes de que se produzca.
¿Cómo clasificamos la agresividad?
La psicología define la agresión como cualquier comportamiento destinado a causar daño. Esto excluye el daño consentido que una persona desea por algún bien mayor, como la cirugía o el tatuaje.
La agresión se presenta en dos grandes variedades: reactiva e instrumental. La agresión reactiva se describe como «de sangre caliente» e implica una ira extrema ante una amenaza. La agresión instrumental es de «sangre fría» e implica actos calculados con poca excitación emocional.
Aunque ambos tipos de agresión pueden coincidir, cada uno tiene una firma neurofisiológica distinta. La agresión reactiva activa partes «primarias» del cerebro, mientras que la agresión instrumental recluta zonas más evolucionadas del neocórtex.
Desde el punto de vista moral, hay razones para pensar que la agresión reactiva es más peligrosa que otras formas. Eso no significa que la agresión instrumental no sea preocupante. De hecho, está implicada en algunas de las condiciones más dañinas, como la psicopatía criminal.
Los obstáculos
La aplicación de cualquiera de las técnicas para combatir la agresividad presenta grandes dificultades. Uno de ellos es la falta de especificidad: las estructuras neuronales que intervienen en la agresión también están implicadas en estados como el miedo, la recompensa, la motivación y la detección de amenazas.
Además, los comportamientos antisociales no pueden asociarse simplemente a uno o dos genes. Son el resultado de una compleja arquitectura genética en la que cientos de genes, o incluso miles, interactúan con el entorno y el estilo de vida de una persona.